sábado, 28 de agosto de 2010

WILMER SALDAÑA HUAMAN

LOS AYES DE LA TIERRA


¡Ay de mí!, gemía la tierra,
y se oía el crepitar de sus entrañas;
¡ay de mí!
profería el viento
convirtiendo en himno
aquel grito lastimero;
¡ay Dios mío!,
masculla el cielo inmenso;
y con voz de ahogo,
¡ay!,
en susurros grita el agua.

¡Ay!, y otro ¡ay!,
y un tercer ¡ay! agolpan mis sentidos,
es el ¡ay!
una cadena de quejidos insondables,
son gritos desesperados
que recorren los rincones
de mi alma solitaria
en busca de pronto auxilio.

¡Ay de mí!, y ¡ay de ti!
me increpa la tierra en su postrer agonía,
¡ay de mí! que por tu culpa
voy sufriendo horrenda muerte,
¡ay de mí! que mis entrañas
son expuestas por tus manos,
¡ay de mí! que mis cabellos
han talado sin conciencia,
¡ay de mí! que a mis aguas
contaminan sin descanso,
¡ay de mí! que ya no tengo
aire puro ni esperanza.

¡Ay de mí!, sí,
¡ay de mí!;
pero también ¡ay de ti!
que sabiéndote culpable
de los ayees que me matan
no haces nada por calmarlos
ni te inmuta mi dolor.

Y quien sabe, ¡Oh Dios mío!
si lo que realmente me mata
son mis heridas profundas,
o quién sabe mi señor
si muero sin tregua alguna
por el déficit de amor.

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